Las evoluciones de nuestras sociedades nos obligan a repensar los papeles y funciones de los elementos que las componen; ninguno de ellos puede permanecer fijo en un rol encomendado por el pasado. Las universidades deben tomar conciencia y proponer formas de presencia que renueven y profundicen en la propia esencia que las constituye. Sus funciones no sólo siguen vinculadas a la formación y transmisión de conocimientos, sino que también les dan el estatus de refugio del sentido, de la creación y del saber, como si pudieran hacer contrapeso al caos que nos rodea. El mundo académico tiene el poder de hacer vibrar el saber mientras lo transmite: esto le confiere un papel singular e inigualable. Nuestra época lo invita a rechazar la cerrazón y a abrirse a los debates e ideas que agitan a la sociedad circundante. La febrilidad de nuestro tiempo, la solución fácil, muy continuamente propuesta, y la falta de profundidad son varias de las características a las que hay que oponerse: la universidad debe ser la garantía de exigencia y de firmeza que otras instituciones están reacias o son incapaces de poner en práctica.
El espíritu crítico, pero productivo, que la anima, le da una legitimidad para intervenir en el campo cultural, la creación y el caudal de saberes, en el pensamiento agudo y la ausencia de demagogia. Por esta razón la herramienta de intervención de la cual dispone (en la uam Cuajimalpa se llama: Extensión Universitaria) debe ser receptiva a los debates que surgen, proponer acciones y proyectos anclados en el mundo y sus tragedias, en sus encantos e interrogaciones. La universidad se caracteriza por el rigor: esto le permite disponer de una voz singular, confiable y se opone a los clichés que circulan cada vez más. Esta legitimidad y ese rigor se mezclan para darle un tono particular a sus acciones en el campo cultural: ningún otro actor social ni ninguna otra institución aspira a tomar ese lugar.
Con el fin de operar de la mejor manera posible, hay que actuar con la universidad, para ella y a partir de ella. Esto significa que las acciones emprendidas bajo su autoridad y por su iniciativa deben tomar en cuenta a los miembros de su comunidad, tanto a los estudiantes y profesores como a las personas que ahí trabajan. También una universidad debe tanto recibir como concebir proyectos y acciones en ese sentido. E incluso actuar en colaboración con otras instituciones académicas, seguras de las fuerzas en común y su complicidad. Tiene la vocación de dirigirse a los miembros de su comunidad y, gracias a la potencia y claridad de su voz, sobrepasar ese círculo para tomar la palabra en la sociedad. Debe asumir ese papel único y ejemplar para encontrar un eco en el mundo exterior, convencida de que la fuerza de su palabra la hace necesaria y legítima. Debe, entonces, aprovechar esas fuerzas (actuar con la universidad), construir una comunidad basada en la escucha y el intercambio (actuar para ella) y estar dirigida al exterior para afirmar mejor el carácter único de su palabra (actuar a partir de ella). Darle una presencia potente es un privilegio que exige estar a la altura de la amplitud de la tarea.