La cronista mexicana Didí Gutiérrez recopila en su más reciente obra los escritos de una plantilla ficticia de escritoras que encarnan las utopías femeninas de una generación que no fue.
Erika Rosete
Eran diez mujeres decididas a cambiar el rumbo de la cultura en México, en medio de la convulsa década de los ochenta, cuando el canon cultural era marcado e incuestionablemente machista. Solo querían escribir, comer y verse bien. Decidieron llamarse ‘Las elegantes’ porque todas compartían el gusto por el buen vestir y también por el buen degustar, es por eso que para pertenecer al privilegiado grupo tenían forzosamente que ser mujeres obesas y que, encima, estuvieran orgullosas y satisfechas de ello. Didí Gutiérrez (Ciudad de México, 1983) ha recurrido a la ficción para reunirlas en un libro de cuentos y terminar, de forma figurada, lo que ellas no pudieron concretar, en parte, debido al terremoto que sacudió al país en 1985, y porque todas ellas se habían quedado guardadas en el cajón de la mesilla de noche de Gutiérrez, durante más de una década.
Wendy Tienda, Susana Miranda, Tania Hinojosa, Lola Herrera, Julia Méndez, Roberta Marentes, Fidelia Astorga, Aurora Montesinos, Alí Boites y Nora Centeno conforman este peculiar grupo de mujeres excepcionales cuyas historias se van revelando página a página en el libro, y cuya ficción ha construido Didí Gutiérrez. Antes de cada relato, Gutiérrez hace una descripción breve de cómo es que pudo encontrar a cada autora y desliza algunos detalles de sus personalidades: “La primera vez que la vi fue en una boutique de uno de los barrios residenciales de Ciudad de México. Me citó ahí con el pretexto de que le ayudara a elegir su atuendo para un funeral”, se lee previo al primer cuento de la panameña-mexicana Wendy Tienda. “El caso de Julia es extraño, todos la conocen, pero nadie quiere hablar de ella, debido probablemente a sus nexos con el crimen organizado”, relata antes del cuento escatológico Las tipas duras se lavan las manos, de Julia Méndez, la que era fan de Lucía Berlín y aprovechaba el nombre para delinquir.
Todas las historias suceden en Las bonitas, una especie de universo compartido, una ciudad con perros salvajes de la que se escapa solo uno de los cuentos compilados, el de Montesinos (Los días, una cafetería), -y el único erótico- quien es descrita por Gutiérrez como “la rebelde del grupo”. En Las bonitas, esta especie de Macondo femenino, mexicano y ochentero, se desarrollan los relatos de estas estrellas nacientes apagadas por la tragedia y el destino que casi cualquier autora o artista sufría en aquellos años: el anonimato y el abandono editorial forzados.
Gutiérrez ha resumido el origen de Las elegantes en tres actos: el primero, cuando hace diez años era periodista cultural y tenía ganas de escribir ficción. El segundo, cuando se enredó y fascinó por lo que leía del autor chileno Roberto Bolaño, encandilado, a su vez, por otro de los grandes latinoamericanos universales: Jorge Luis Borges. “Para él (Borges) la pulsión de narrar era todo. Quería narrar el mundo. Que todo tuviera una forma de cuento”, relata Gutiérrez. Entonces comenzó todo.
En 1936, Jorge Luis Borges incluyó en su libro Historia breve de la eternidad una reseña crítica sobre un libro titulado The approach to Al-Mu’tasim, o El acercamiento a Almotásim. En su texto, cuenta emocionada Gutiérrez, Borges describía esa obra de un autor indo británico con tanto esmero, detalle y con fina y maravillosa narración, que probablemente quien lo leía quedaba fascinado y con ganas de conseguir el ejemplar. Así le pasó a uno de los grandes amigos del escritor argentino, también autor de grandes obras: Adolfo Bioy Casares, quien, pasmado, encargó a la editorial el libro, que resultó ser una obra inexistente. Un libro fantasma inventado por Borges.
Como Bioy Casares, muchos de los lectores de Las elegantes pueden buscar los nombres de las escritoras que antologa Gutiérrez, sin tener mucho éxito. A Juan Becerra, bibliotecario y promotor de la lectura desde hace más de dos décadas, le ocurrió: “Quedé tan enganchado al leer los cuentos, que consulté la Enciclopedia de México y no encontré nada. Me pregunté por qué no había ningún dato de ellas”, relata. El pasado 15 de junio, después de haber concluido la lectura del libro y haberlo reseñado para distintos medios de comunicación, Becerra invitó a Gutiérrez a presentarlo en la Universidad Politécnica del Valle de México. “Fue un momento muy importante para mí poder hablar de Las elegantes ante un foro universitario. Además, el rescate documental en la ficción que hace Didí... y esa mirada femenina de la que se habla poco, por ejemplo, lo del terremoto del 85: siempre se ha contado que el único que murió ahí fue Rockdrigo González, pero ellas también”.
El terremoto de 1985 y la loza que cayó encima de las mujeres que escribían
En el prólogo de Las elegantes, uno de los mejores que se han escrito en los últimos años, según Becerra, Gutiérrez explica que estas mujeres comenzaron un taller literario de la mano de la poeta uruguaya recién llegada a México en 1983, Leonor Enciso, con el propósito de “crear a varias manos un mundo mítico”. Un año más tarde publicaron el Manifiesto Elegante, cuyo primer postulado refiere al deseo de producir la primera obra hecha en equipo.
El 19 de septiembre de 1985 el proyecto del libro que encabezaba Enciso se vio interrumpido por la tragedia del terremoto. El título sería, precisamente, Las bonitas, y agruparía esos relatos que habrían escrito durante el tiempo en que se reunían a escribir y a comer. Tanto Enciso como Nora Centeno murieron en sus casas la mañana de ese día. ‘Las elegantes’ no se volvieron a reunir y el proyecto quedó en el olvido. Este libro es la reconstrucción de aquello que sepultó el terremoto. Y un intento por nombrar las ansias de artistas que no pudieron ver la luz.
Didí Gutiérrez escribió esta historia hace diez años, pero ha sido hasta el 2021 cuando la editorial Paraíso perdido la publicó. La escritora ha relatado que diseñó cada uno de los personajes: la vida, las inquietudes, las familias, los estilos, las motivaciones y las pasiones de cada una de ellas, individualmente, y por separado. “Yo creo que todo ese trabajo que emprendí hace más de una década, no lo volvería a hacer. Sin duda empeñé muchísimo tiempo y creo que ahora ya no tendría esa energía”, cuenta.
Esta apuesta por ficcionar este movimiento también ha sido del lado editorial. Sandra Liera, directora de Paraíso perdido, asegura que la obra tiene todavía muchísimo por recorrer, y agradece que se siga recibiendo con mucha sorpresa y expectación. “En varias presentaciones, Didí se ha personado como antologadora e investigadora y se deslinda de los créditos de autoría, que eso es algo que a mí me parece, para empezar, arriesgado como decisión editorial. Pero pienso que también eso es parte de la genialidad de este libro. Didí se separa un poco de la autoría de sus propios cuentos para llevar la ficción un grado más allá”, asegura.
Incluso, Gutiérrez relata que han surgido más vertientes de las obras de las autoras que comienzan a emerger a partir de las distintas ficciones creadas, ahora, por sus lectores.
En el cuento de Roberta Marentes, el sexto en el libro, la amiga de la protagonista Gertrudis, quien hace el relato de su historia, da un discurso en donde anota lo siguiente: “Cuando leyeron el texto, celebraron mi capacidad para recrear los momentos compartidos con Gertrudis. Dicen que los escritores son unos mentirosos, y, ante la insistencia de estos señores, yo les confieso, esta noche, que tuve a bien inventar un poco. No me quedó otra opción”.
Con información de El País
Imagen tomada de El País