Armando G. Tejeda
Platón decía que “todo lo que engaña, seduce” y que “todo lo que vemos es falso, fugaz y aparente, por lo tanto, el desengaño es sabiduría”. Bajo esas máximas, el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid recorre en la exposición Hiperreal: El arte del trampantojo, siete siglos de la historia del arte, donde la obra tiene entre sus finalidades el engaño para que, mediante del desengaño, se llegue a la sabiduría, al deslumbramiento, a la contemplación más absorta de la belleza después de despejar el enigma, de sumergirse en los recovecos de la mentira intencionada, de apreciar con una mirada lenta y pausada los detalles de esos trampantojos de caos y orden.
La exposición recorre en 105 lienzos lo más representativo de un género –o subgénero, según se mire– de la historia de la pintura. Esas obras de arte sencillas, pero de una enorme dificultad, que son fáciles de ver incluso para la mirada más inexperta, como la de los niños, porque al final son imágenes extraídas de la realidad más exacta pero donde se introducen pequeñas trampas, diminutos detalles con los que se rompe la aparente armonía para llegar al caos del desengaño, para descubrir el porqué de la obra.
La exposición presenta numerosos bodegones barrocos con animales muertos que, en realidad, no lo son; figuras humanas atrapadas en el cuadro que más bien están en espacio de fuga, intentando escaparse de su propio marco opresor; puertas que se abren o cierran y no conducen a ninguna parte. Es el detalle del engaño, el enigma del desengaño que conduce a esa sabiduría de la que hablaba Platón.
La exposición abarca siete siglos (del XV al XXI) de la pintura que siempre ha existido y que ha tenido como finalidad el engaño, jugar con la miopía de los otros. En ese trayecto, desde los bodegones barrocos hasta el arte urbano que se confunde con el grafiti, el hilo conductor es el trampantojo, palabra de origen francés que se define como “trampa o ilusión con la que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es”.
Durante la presentación en la pinacoteca madrileña, el director del museo, Guillermo Solana, recordó que la anécdota más conocida sobre el trampantojo es la que narra Plinio el Viejo acerca de los pintores Zeuxis y Parrasi, quienes participaron en un concurso de habilidades y el primero pintó un cuadro con unas uvas tan reales que incluso los pájaros se acercaron con la intención de comérselas, mientras Parrasio presentó un lienzo con una cortina. La sorpresa fue que cuando Zeuxis le pidió que descorriera la cortina, se dio cuenta de que ésta era el propio cuadro.
Los lienzos de la exposición están distribuidos por áreas temáticas y no cronológicas. El periodo entre los siglos XVII y XVIII fue cuando más se afianzó este arte, con numerosos bodegones como el de Sánchez Cotán (1602) y piezas de caza, aunque en esta muestra sobresalen los cuadros más contemporáneos, como algunos Dalí o La ventana tapiada, de Pierre Gilou (1982), cuadros que exigen una mirada lenta por los innumerables detalles que poseen, lo que pasa al entrar en el espacio dedicado a estanterías y alacenas, donde parece que las vajillas, libros y demás objetos caerán frente al espectador. Así ocurre en Estanterías con libros de música, de Giuseppe María Crespi (1720-1730) y en La librería, de Kenneth Davies (1951).
En los cuadros hay muros y paredes que en realidad no existen, los rincones del artista llenos de papeles, cartas, joyas, grabados, abrecartas y pinceles, como en Bodegón en trampantojo, de Samuel von Hoogstraten (1666 1678), que no se sabe muy bien en qué superficie están.
Asimismo, se encuentra un área específica para los autores estadunidenses, donde se exhibe el Paquete postal, de Ton de Laat (1986). Los pintores de Estados Unidos utilizaron esta técnica también para abordar temas de su tiempo como el consumismo o la censura.
En la última parte destacan La tierra, de Arcimboldo (1570); Máxima velocidad de la Madonna de Rafael, de Dalí (1954), y La ventana por la tarde, de Antonio López (1974-1982), con esa sensación de que el cuadro va más allá del cuadro.
La exposición cierra con una escultura que Isidro Blasco realizó especialmente para esta exposición, Tren elevado en Brooklyn, con la cual se confunde la realidad y la ficción.
La exposición se podrá ver en Madrid hasta el 22 de mayo de 2023.
Con información de La Jornada
Imagen tomada de La Jornada