13 Aug 2021/ Miscelanea

Un taller de serigrafía, semillero de feminismos para las calles

Por UAM Cuajimalpa a las 12:08 pm


Por María Ruiz

En un cuarto adaptado como taller, frente a un gran ventanal que da a la calle, dos pulpos de serigrafía esperan ser manejados. En otra esquina, un archivero se convierte en burro de planchar. Este mes, de sala pasó a taller y de taller a espacio de encuentro entre mujeres de poblaciones callejeras.

En estas cuatro paredes, con canciones de banda de fondo, crearon bolsas y pañuelos para vender en la marcha del 8 de marzo. El taller busca brindarles una opción laboral donde la paga sea diaria y a la vez ser un centro informativo sobre los derechos de las mujeres.  Frases que plasmaban en las telas, como “no es no, yo decido” y “mi cuerpo es mío” detonaron reflexiones en torno a sus derechos y las violencias que las atraviesan.

Las más jóvenes tienen menos de 20 años. Mariana, de catorce años, es mamá de Mateo desde hace un mes; Vanessa, de 17, tiene cuatro meses de embarazo. Las más grandes son treintañeras: Karla, madre de Mariana, y Susana, quien lleva seis años de trabajo con El Caracol, organización dedicada a defender los derechos de poblaciones callejeras.

“Mi cuerpo es mío”. Esa consigna que se escucha en las marchas de mujeres que exigen el derecho al aborto legal en todo el mundo, generó opiniones encontradas entre ellas pero después de discutirlo llegaron a una conclusión: apoyarán cualquiera que sea la decisión de compañeras y conocidas. Y no juzgarán si decide ser madre o si decide abortar.

“No es no, yo decido”. Es una frase que además se lee en las playeras rosas que usaron todas en la marcha. Les recuerda su derecho a una vida libre de violencias.

“La idea del taller es que no tengan que trabajar en el metro o en el trole vendiendo dulces o limpiando por dos cosas: una, porque son los espacios donde menos se cuida la sana distancia, donde más contagios de covid-19 puede haber; dos, que tengan un ingreso fijo en un espacio seguro donde hacen sus propios productos y donde sus hijos puedan estar, porque (de lo contrario) tienen que acompañarlas al metro y eso es muy inseguro para ellos, se los pueden llevar o se pueden caer”, explica Alexia Moreno, coordinadora de El Caracol.

Este 2021 fue el segundo año que realizaron la venta de pañuelos y bolsas previo y durante el 8M. Pero por la pandemia, respetando las medidas y cuidados para evitar contagios, no pudieron convocar a más de cuatro mujeres.

Susana tiene 39 años. Es morena de cabello negro y largo, largo. De carácter y físico fuerte. Trabajó como faquir en el metro, se acostaba en cristales rotos hasta que un día su hija la vio sangrar y se asustó tanto que Susana decidió encontrar otra forma de conseguir dinero.

Entonces comenzó a ejercitarse y rompió una de las creencias con las que las mujeres crecemos: la de ser débiles. Las barras se volvieron su especialidad, se subía al metro y las hacía en los tubos del transporte durante el trayecto. Le dejaban buen dinero porque al ser mujer “sorprendía” con su “inusual” fuerza a los pasajeros.

Se acercó al feminismo en El Caracol. De todas las mujeres que trabajan en el taller, es la única que se identifica como feminista y como tal, tiene muy claras sus exigencias y su discurso:

“Nosotras sufrimos doble discriminación. Una, por el simple hecho de ser mujeres y dos, por ser de calle.  Discriminación en la vía pública, de nuestras parejas, en nuestra comunidad y lógicamente no tenemos a nuestras familias. Piensan que somos tontas, que somos mugrosas, que somos malas madres, viciosas. Entonces lo que queremos es que antes de juzgarnos, escuchen nuestras historias. El por qué estamos o estuvimos en calle”

Muchas de ellas dejaron sus casas por violencias que vivieron dentro del mismo núcleo familiar. Violaciones, golpes, abusos. A los 16 años Susana vivió acoso por parte de su hermano mayor. La espiaba, le pegaba.

“Tengo una niña de siete años, se llama Melanie. Quiero que aprenda a defender sus derechos. A no dejarse pisotear, a no callarse, a hablar. Yo me acuerdo que cuando le dije a mi mamá que mi hermano me espiaba y me tocaba, se enojó conmigo y le dio el apoyo a mi hermano. Yo no quiero eso con Melanie. Le he dicho: tú vas a tener mi apoyo y eres una mujer fuerte conmigo o sin mi. Le trato de decir que no sea agresiva pero que tampoco se deje. Yo no tuve eso y le quiero dejar las herramientas y siento que eso también es este movimiento, dejarles esas herramientas a ellas, las más jóvenes”, cuenta.

Karla y Mariana tienen claras las violencias que han vivido. Karla vivió con parejas violentas, cuando Mariana tenía meses de nacida, dejó al padre de ésta porque la lastimaba . Mariana, a sus catorce años, nunca ha dicho que se considera feminista pero está segura de que no tolerará más violencias. Tiene cuatro meses que se separó de su pareja, quien la hirió físicamente.

“La primera vez me quedé callada. La última vez que me agredió fue mucho. Llegas a tu límite y dices ya. Me decidí ir porque pensé en mi bebé. Primero está la seguridad de mi hijo” recuerda Mariana.

Karla cuenta que Mariana llegó muy lastimada, “macheteada”. Como madre esto le dolió, pensó en los patrones que se repiten y le advirtió a su hija. Le dijo que la apoyaba si quería denunciar.

“Yo lo viví en carne propia. Le dije, no seas igual que yo porque yo viví todo esto y tú lo llegaste a ver. Y no quiero que tu hijo vea esto porque como es niño, lo va a replicar”, recuerda Karla.

Desde entonces viven juntas. Para ambas, la llegada de Mateo significó una búsqueda de estabilidad y seguridad. Ambas están tomando acciones para conseguirlo. Mariana, dejó a su pareja que la violenta; Karla dejó las drogas. Este marzo asistieron juntas al taller y para el día de la marcha Karla se quedó cuidando a Mateo para que Mariana pudiera manifestarse.

 

Con información de Pie de página:

https://piedepagina.mx/un-taller-de-serigrafia-semillero-de-feminismos-para-las-calles/

Imagen tomada de Pie de página:

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