13 Oct 2021/ Miscelanea

Mamá, soy gorda

Por UAM Cuajimalpa a las 05:10 pm


Por Rodolfo Reinch 

Gorda: el gran insulto moderno de la Argentina, también de buena parte del mundo. El más perverso y también el más perfecto porque se camufla bajo un manto de preocupación, de salud pública, de mensajes de meritocracia y de superación. Si sos gordo te vas a morir más joven. Vos podés dejar de ser gordo, tan solo tenés que comer menos y ejercitar más. Vos podés, confío en tu fuerza de voluntad. Ser gordo parece ser una -mala- decisión individual. Pero alcanza con escarbar apenas la superficie para que el insulto muestre todo lo que esconde: asco, racismo, odio y negocio.

“Mi primera dieta fue a los 9 años”, cuenta Alejandro Parrilla (“Parri” para sus amigos), editor de videos, ocasionalmente dj y actor. “La mía fue a los 9 meses”, retruca Brenda Mato, modelo plus size -como se nombra ahora a las modelos apenas dejan de ser flaquísimas- reconocida por su actividad y militancia de la diversidad corporal. Con estadísticas de la FAO que afirman que más de un 30% de los chicos en Latinoamérica tienen sobrepeso, cada día miles de ellos son sometidos a dietas diversas, incluso siendo aún lactantes. “Es conveniente empezar a tomar medidas cuando el niño comienza a mostrar sobrepeso, por poco que sea, ya que un niño con sobrepeso tiende a convertirse en un niño obeso, y esta obesidad puede ser un grave problema de salud en la edad adulta”, escribe -sin ruborizarse- una nutricionista en uno de esos tantos sitios web dedicados a enseñar cómo ser buenos padres y madres. “Por poco que sea”; un corset milimétrico en el que hay que encajar a la fuerza.

La mayoría de los niños gordos crecieron entre insultos, burlas, soledad, sentimientos de culpa, nutricionistas y dietas bajas en calorías. Sus vidas estuvieron llenas de yogures descremados, galletitas de agua, la prohibición de un chocolate. Obligados a faltar a las fiestas de cumpleaños de sus amigos para no tentarse con las papas fritas. En sus mentes resuenan voces que llegan desde el exterior como también de su propia conciencia: No comas ese alfajor; sos gorda y nadie te va a querer; cerrá la boca de una vez; este mundo de disfrutar la comida, de ir con tus amigos a la playa y usar traje de baño que muestre la panza no está hecho para vos.

“Pensar en les niñes gordes suena muy bien, ¿cómo se puede uno oponer a algo así? Es un discurso conmovedor que se preocupa por la salud y el bienestar de los que no pueden defenderse por sí mismos. Pero en realidad son excusas para ocultar la verdad: que la gordura da asco.

“En distintos momentos de la historia se castigó al gordo pero a partir del siglo XX este odio se multiplicó de la mano de una clase social dominante con tiempo libre para dedicarlo al ocio, para broncearse o hacer ejercicio. Les gordes pasaron así a ser los pobres, las personas que no saben controlarse a sí mismas, que no se adaptan a la productividad capitalista, en especial en tiempos neoliberales cuando lo magro es el discurso dominante”, dice Laura Contrera, profesora de filosofía y abogada con años de reflexión, investigación, escritura y también vivencias en primera persona sobre lo que significa ser gordo en el mundo y en la Argentina. Su cuenta de Instagram (@laucontrerita) permite zambullirse en libros, películas, documentales y ensayos acerca de la gordofobia.

“Hay discursos contra la gordura, incluso algunos bienintencionados que aun así son gordofóbicos”, dice Laura. Su tono, su cadencia al hablar, muestra que son palabras que viene recitando desde hace tiempo. Se define a sí misma como una power bifemme gorda punk, mantiene intacta su pasión rebelde y militante por los estudios de género y el derecho a la diversidad corporal, conocimientos que comparte en talleres, en artículos. Pero su voz no esconde también cierto cansancio, como dejando en claro que la sociedad avanza más lento de lo deseable.

“A nadie le interesa la multiplicidad de factores por los cuales une puede ser gorde”, continúa. Si es por un medicamento, por lo que come, por su metabolismo, falta de ejercicio o el modo en que se vive como sociedad. Sobran los estudios científicos que hablan de todo esto, pero los que hablan no discriminan causas, recurren a índices aplicados mecánicamente, usan a les gordes como excusa de distintas campañas de turno, sea para promover una dieta espantosa o militar en contra de la industria de la alimentación.

“Y no es que no lo entienda: la industria de los alimentos es una porquería, una industria que no alimenta, que maltrata la tierra, que abusa de los recursos y de la gente. Pero les gordes no tenemos por qué ser la imagen de esa lucha. El mundo está lleno de personas que no son gordas y que aun así comen pésimo y en los controles médicos les saltan muchos problemas. A ellos no los mira nadie: el mal personificado somos nosotros, les gordes”.

Según la Organización Mundial de la Salud, sobrepeso y obesidad equivalen a enfermedad. Esta idea viene siendo instalada desde hace más de 50 años, pero terminó de condensar en el sistema médico y nutricional global a finales de los años 90, ganando el prestigioso estatus de la gran epidemia de la modernidad: “La obesidad infantil es uno de los problemas de salud pública más graves del siglo XXI. El problema es mundial y está afectando progresivamente a muchos países de bajos y medianos ingresos, sobre todo en el medio urbano. La prevalencia ha aumentado a un ritmo alarmante. Se calcula que, en 2016, más de 41 millones de niños menores de cinco años en todo el mundo tenían sobrepeso o eran obesos. Cerca de la mitad de los niños menores de cinco años con sobrepeso u obesidad vivían en Asia y una cuarta parte vivían en África (…) El número de niños y adolescentes de edades comprendidas entre los cinco y los 19 años que presentan obesidad se ha multiplicado por 10 en el mundo en los cuatro últimos decenios”, afirman desde la página de la OMS.

Para la nutricionista Rocío Hernández (@nutriloca en las redes sociales), sobrepeso y obesidad no se pueden abarcar mirando tan sólo índices y promedios. Lo dice cuidando cada palabra que utiliza, tomándose una pausa antes de dar una respuesta. Como profesional, con estudios universitarios y trabajo en consultorio, ella se reconoce como parte del sistema oficial de salud. Y sabe que desde el activismo gordo se cuestiona justamente el modo en que el sistema piensa y trata a sus pacientes. A ese grupo de personas que ha sido patologizado e invisibilizado por tener un peso que no se ajustaba a una determinada normatividad. “Desde determinados espacios científicos se establecieron relaciones causales sin pensar que correlatividad no siempre significa causalidad. Pareciera ser que a los profesionales de la salud el peso nos pusiera incómodos. Destilamos una superioridad de la salud que es una gran mentira. Y esa es una deuda zarpadísima que tenemos”. 

Más allá de la autocrítica, Rocío no pierde el entusiasmo que la caracteriza y que la convirtió en una figura pública y querida en Instagram, donde suma más de 140.000 seguidores. Es parte de una generación de nutricionistas que busca nuevos caminos en el modo de abordar la alimentación y se niega a medir a las personas solo por lo que dicta el IMC (el Índice de Masa Corporal). Menos aún admite que las culturas de las dietas se apoderen del tema. “Hay una sociedad que se cree moralmente superior y desde esa superioridad dice uy, pobre gordo o qué bien, qué flaco que estás, asumiendo que flaco es igual a sano y gordo es igual a enfermo. Pero hay mucha gente flaca que está enferma y mucha gente gorda que está sana. La deconstrucción que precisamos es gigante”.

El concepto de sociedades obesogénicas comenzó a circular en círculos científicos hace más de 20 años pero cobró relevancia social cuando fue tomado por organismos como la OMS en su llamada lucha contra la epidemia de la obesidad. Refiere a sociedades organizadas de modo tal que la respuesta inevitable de la población es la de engordar. En las causas listadas destacan el modo de alimentarse, con omnipresencia de productos ultraprocesados, junto a estímulos permanentes que apuntan hacia una vida cada vez más sedentaria con los niños viendo el mundo a través de múltiples pantallas. Una noción que el activismo gordo discute por considerarla parte de interpretaciones lineales.

El cardiólogo Esteban Larronde se erige como enemigo público de los ultraprocesados, definiéndolos como estímulos supernormales que no permiten que nuestro instinto biológico responda poniendo los límites necesarios. “El premio Nobel de medicina Nico Tinbergen introdujo el concepto de “estímulo supernormal”, explica. “Es lo que usa la industria para venderte cosas. La pornografía es así un estímulo supernormal del sexo. Los likes en las redes sociales lo son para la sociabilización. Los casinos para el juego. En la comida estos estímulos supernormales están metidos dentro de los ultraprocesados, esa comida de diseño hecha por la industria que altera tu centro de placer, produciendo un desbalance entre hambre y saciedad. Te dicen que te venden la porción justa, pero es una mentira: ellos saben que la porción justa es infinita. Por eso tratar al individuo como a un enfermo no tiene sentido, la solución es más que nada política. Desde las posibilidades de mi consultorio intento que no entremos en ese juego, que seamos “los locos” que comamos distinto, volviendo a una comida real, una comida sin ultraprocesados”.

En su introducción al libro Mala Leche, la autora Soledad Barruti desnuda a los alimentos de diseño: “Con bebés y niños como clientes predilectos, las grandes marcas parecen decididas a hacer de la comida una experiencia perfecta: práctica, rica hasta lo adictivo y libre de cualquier sospecha. Para lograrlo, cuentan con un arsenal imbatible de aromatizantes, colorantes, texturizantes, vitaminas agregadas, packagings rutilantes y miles de millones de dólares invertidos en publicidad. Todo parece diseñado para nuestra comodidad. Pero el precio que pagamos por comer sin saber es muy alto: la dieta actual se convirtió en el obstáculo más grande que debe sortear un niño para llegar sano a la adultez y un adulto a la vejez”. Dice sano, que no es lo mismo que flaco.

Quiero hablar un poco en primera persona. Yo, Rodolfo Reich, soy periodista y me especializo en gastronomía. Mi Instagram abunda en fotos de alfajores golosos y locros potentes, recomiendo las mejores medialunas hechas con pura manteca o un pollo frito con ají picante. Gran parte de mi trabajo es vender placer. Me gusta comer y me gusta que a otros también les guste. Pienso la vida alrededor de una mesa, me interesan las recetas, la cultura, la historia de una comida. Investigo sobre materias primas, productores, herencias culinarias y la creatividad.

Bebo mucho alcohol y mi colesterol está alto, por eso cada día tomo una pastillita que lo baja a niveles aprobados. No hago ejercicio. Siempre fui el peor en gimnasia, nunca jugué al fútbol y me avergonzaba profundamente tener que hacer una malograda vertical frente a mis compañeros de clase. Nunca fui gordo. Al contrario, fui chiquito, flaco y débil. Tardé en desarrollar la pubertad y sufrí por eso. Por años odié mi cuerpo y me resultaba imposible relacionarme con chicas.

No soy ejemplo de nada. No soy ejemplo de salud. Amigos y conocidos que me ven comer y cocinar me preguntan cómo puede ser que no engorde. Me lo dicen como si yo hiciera algo bien, algo mejor que otros.

Ahora que casi llego a los 50 años de edad estoy empezando a engordar. Mido 1,73 metros, peso 78 kilos. Son 15 kilos más de lo que pesaba hace 15 años. En Internet, donde abundan las “calculadoras IMC” que explican de manera taxativa si nuestro peso es el correcto, encontré que según sus parámetros tengo sobrepeso. Es decir, según las normas explícitas e implícitas que rigen nuestro tiempo, estoy enfermo. O, como mínimo, en camino de enfermar.

 

Con información de Pie de Página

https://piedepagina.mx/mama-soy-gorda/

Imagen tomada de Pie de Página

https://piedepagina.mx/mama-soy-gorda/


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