10 Mar 2020/ Miscelanea

Aída Bueno Sarduy: "Las afrodescendientes no somos feministas de habitación propia, sino de barracón"

Por UAM Cuajimalpa a las 05:03 pm


Por Sara Beltrame

La antropóloga Aída Bueno Sarduy recupera mitos africanos que han perdurado en la tradición oral afrodescendiente en Cuba y Brasil, y advierte: “Existen otras maneras de vivir y algunas, definitivamente, son un poco más felices que la occidental”.

Aprender a escuchar las historias que recupera Aída Bueno Sarduy, derivadas de la persecución, de la esclavitud y de la violenta deportación de los africanos hacía otros países, nos enseña la importancia de restaurar lazos comunitarios. De retejer vínculos más allá del género, del Estado y del espacio público si queremos subvertir los esquemas que alimentan el patriarcado y la violencia de género. La antropóloga feminista recuperó en la Semana de la Literatura Africana, en Barcelona, algunos mitos africanos que han perdurado en la tradición oral afrodescendiente en Cuba y Brasil, contando cómo se puede empezar a entender la sexualidad desde una perspectiva compleja en la que la exploración de lo erótico y de lo sexual no se convierte nunca en patología.

¿Por qué es importante explorar la sexualidad a partir de la mitología afrodescendiente?
Existen otras maneras de vivir y algunas, definitivamente, son un poco más felices que la occidental. La antropología registra los recursos que tiene cada cultura para resolver determinados problemas. Lo que es difícil, ahora, es escuchar y conocer estas culturas desde el eurocentrismo porque el secuestro del conocimiento por parte del poder colonial ha provocado la anulación de otras perspectivas y esto para mí es denunciable y es inaceptable, por lo tanto intento acudir cada vez que me invitan a hablar sobre estos temas para insistir en que existen otras formas de pensar la vida. Y hay dos cuestiones más: la primera es la tendencia de la colonialidad en imponer un único conocimiento —el occidental— que es lineal, patriarcal y generador de patologías muy concretas y la segunda es el querer escuchar con verdadero interés lo que nosotras podemos contar. En mi conferencia he hablado de algunos mitos africanos que han perdurado en la tradición oral afrodescendiente en Cuba y que permiten pensar la sexualidad desde un perspectiva más compleja y menos patológica.

¿En qué sentido exactamente?

El panteón Yoruba presente en Cuba y en Brasil, que desciende de la violenta deportación de esclavos provenientes de Benin, de Togo y de Nigeria, es rico en historias de antepasados divinizados que tienen vidas sexuales diversas, intensas y que viven experiencias y abren a posibilidades más enmarañadas de lo que los sistemas religiosos en occidente han establecido. Sexualidades diferentes en su forma y expresión, que emanan de cosmovisiones donde el placer, el deseo y la sexualidad no son concebidas como acciones pecaminosas o inmorales. Las conductas sexuales, las disposiciones afectivas hacia lo femenino o lo masculino que se encuentran en los extremos de un espectro amplísimo, intentan reparar la escisión de lo que fuimos como seres andróginos. Según algunos mitos extendidos en regiones de África Occidental, la desmembración de ese ser andrógino que fuimos nos transformó en hombres y mujeres, masculinos o femeninos —incompletos— al margen de nuestras anatomías, y nos embarcó en la búsqueda de la integridad perdida.

El panteón Yoruba está plagado de mitos donde los dioses tienen una sexualidad compleja. Se travisten, tienen relaciones sexuales diversas según el momento o con relación a quien pueden ser: masculinos o femeninos, viriles o sumisos. El terreiro también permitía otra experiencia con relación al hogar y a la familia nuclear siendo es un espacio doméstico y a la vez, político comunitario. Las relaciones de género que suelen darse en él no son opresivas de la misma forma que la familia patriarcal asume. Por ello, este ambiente no es hostil a las mujeres. Pero tampoco a los hombres, ni a los homosexuales, ni a los bisexuales, ni tampoco a los blancos que pertenecen a la comunidad como “hijos del santo”.

¿Hasta qué punto realmente hay un despertar de una conciencia que se está dando cuenta que hay cosas que no funcionan y que tenemos que empezar a buscar otras soluciones?

¿Crees que el movimiento feminista que se hizo muy potente y visible a partir del 8 de marzo del 2018 sufra de esta incapacidad de escuchar?
Nosotras —las mujeres negras de cuarta y quinta generación, de mujeres esclavizadas— no podemos tener el optimismo ni la perspectiva que cuentan otras mujeres que no vienen de nuestras experiencias. Este tipo de feminismo, europeo, occidental, incluso académico, ha puesto en el centro de sus reivindicaciones cuestiones que el sistema patriarcal no les dará nunca jamás. Cuanto antes este tipo de feminismo lo entienda, mejor.

¿Qué está haciendo ahora el Estado? Lo que hace es ganar tiempo. Nosotras lo sabemos. Esta es la típica estrategia que hemos vivido en nuestras carnes. Es la estrategia que activa el poder colonial y el poder esclavista cuando ya no tiene ninguna otra alternativa que negociar: ganar tiempo. Las mujeres han sabido movilizarse mucho, se han manifestado dando una demostración de fuerza formidable, esto es cierto, pero al día siguiente en el mundo académico los profesores —hombres— en las aulas siguen soltando frases machistas a las estudiantes de su facultad, en las empresas siguen las diferencias salariales, en los tribunales una grabación oculta de un juez le pilla diciéndole “zorra” a una víctima de violencia de género.

¿Estamos reciclando el patriarcado?

…Y acabaremos reconstruyendo un mundo de jerarquía de género. El patriarcado no se puede y no se debe reciclar. Lo que quiero es empezar a conversar sobre cómo dinamitar la base de la sociedad patriarcal y mi trabajo como antropóloga me enseña que es posible que la respuesta la encontremos mirando hacia otras historias, otras culturas y otras maneras de organizar la comunidad y la sociedad. Creo firmemente que, si la sociedades occidentales estuvieran dispuestas a escuchar cómo otras sociedades en otros tiempos han solucionado cuestiones que aquí en occidente se intenta resolver con otras dinámicas, se ahorrarían tiempo y un trozo del camino hacía el cambio evitando así mucha parte del sufrimiento.

Nosotras no somos feministas de habitación propia, somos feministas de barracón, de senzala. No tenemos tiempo para perder, no tuvimos un marido que ganaba dinero y nos “protegía”. ¿Queréis descubrir los atajos que nos llevarán adonde queremos, por nuestro propio camino? Tenéis que escucharnos, porque si escuchamos solo la ruta que el dominador tiene preparada para nuestra liberación, nosotras os podemos decir que ya sabemos que es una ruta ciega, que no lleva a ningún sitio. Los cubanos decimos: “Si la jugada se pone un poco apretada… afloja.” Esto es lo que hace el patriarcado y cualquier otro tipo de poder. Nosotras y nosotros lo aprendimos en la esclavitud con las “leyes del vientre libre”, unas leyes que regulan la abolición de la esclavitud a plazos y con una carta que tiene que venir del amo que te “deja libre” a partir de los 16 o 17 años certificando previamente tu “buena conducta”, tu idoneidad para poder ser libre. ¿Te imaginas? Nosotras ya conocemos este juego. No debe existir una ley para proteger a las mujeres en el mundo donde quiero vivir yo. ¿De qué me sirve una ley sobre la violencia de género si mi sistema sigue siendo patriarcal? Vengo de un mundo que ya sabe que esta es una trampa.

Desde la perspectiva antropológica nos avisas que otras culturas han ensayado soluciones para problemas que no tienen género, problemas “humanos” a los que cada grupo ofrece un abanico de respuestas diferentes, de estrategias que tenemos que aplicar para encontrar la puerta que nos permitirá salir de una conciencia patriarcal que no se puede asumir como conciencia propia. Culturas y cultos invisibles que siguen latiendo en las venas de esos países en los que 11 millones de seres humanos provenientes de África fueron brutalmente esclavizados.
Cuando durante mis estudios estuve en las primeras “fiestas de santo” y vi todo el despliegue de belleza, sensualidad, colores, olores y música que había, me pregunté muchas veces cómo era posible que las culturas que habían descendido del negocio legal de comprar, secuestrar y vender personas durante casi cuatrocientos años tuvieran la fuerza de reconstruirse a pesar de un poder que quiso romper sus vidas, su autoestima, y sus lazos familiares. Personas que fueron secuestradas mientras estaban haciendo sus tareas cotidianas mientras cultivaban, mientras cocinaban, mientras estaban tranquilos y tranquilas en su tierra con su familia y que sufrieron este rapto y fueron llevadas a las costas desde donde iban a emprender un viaje sin retorno. Estaba claro que los que sobrevivían y llegaban a este Nuevo Mundo entendían muy rápido y perfectamente que ese era un viaje sin vuelta atrás porque la posibilidad de regreso a África prácticamente no existía.

Una parte importante de las críticas a nuestra cultura afrodescendiente y a nuestra forma de expresar la alegría, siempre es juzgante: estamos todo el día bailando, tocando música, festejando cuando el sistema nos hubiera querido amargados, resentidos. O sea, no nos perdonan que no consiguieron imprimirnos la moral de la derrota. La música, la poesía, la culinaria, la danza, incluso la lengua del dominador está marcada por nuestras raíces afro.

Ellos han dejado su huella en nosotros, pero nosotros también los hemos marcado a ellos, y no con hierro, como les hicieron a nuestros antepasados con extrema crueldad, algo que no olvidamos; nosotros los marcamos con nuestra alegría, con nuestra creatividad, creando los platos más sofisticados y delicados con las sobras de la Casa Grande, los hemos marcado con nuestros ritmos y bailes que mezclados con los suyos y con otros formaron los ritmos nacionales, que hoy son los preferidos y con los que se identifica la mayoría de la población en Latinoamérica. Les guste o no, nuestras músicas nacionales son el samba, la cumbia, la rumba, el joropo, no la ópera, ni la música llamada “clásica”, y ahí están nuestros ritmos afro. Creamos un espacio religioso abierto, comunitario, donde todas las personas, sea cual sea su ascendencia étnica, si quieren, pueden pertenecer a la comunidad, a la familia religiosa como “hijos de santo”, en igualdad con quienes tienen raíces afro y sin discriminación por sus preferencias sexuales. Digan lo que digan, si retiran en cada cultura con raíces afrodescendientes todo lo que estas poblaciones han aportado a la identidad nacional, esas naciones se quedan despersonalizadas. Brasil sin la aportación afrobrasileña no sería Brasil, Colombia no sería Colombia sin las raíces afrocolombianas, y Cuba tampoco sería Cuba sin la raíz afro.

Lo guste o no le guste, lo tienen que aceptar.

 

Con información de El Salto Diario

https://www.elsaltodiario.com/feminismos/aida-bueno-sarduy-antropologa-no-somos-feministas-de-habitacion-propia-sino-de-barracon

Imagen tomada de El Salto Diario

https://www.elsaltodiario.com/feminismos/aida-bueno-sarduy-antropologa-no-somos-feministas-de-habitacion-propia-sino-de-barracon


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