23 Mar 2018/ Aviso UAM

Discurso del rector, 22 de marzo

Por UAM Cuajimalpa a las 12:03 pm


Acción contra la violencia1

Rodolfo R. Suárez

Disimular el estado de decadencia al que hemos llegado sería el colmo de la insensatez. Religión, costumbres, justicia… todo se desmorona, o mejor: todo sufre una transformación ineluctable. La sociedad se descompone bajo la acción corrosiva de una cultura delicuescente. […] La decadencia de la política nos deja frígidos. Y avanza, por lo demás, en su propio tren movido por esa secta de políticos cuya aparición sintomática era inevitable en estas horas exagües.

Salvo que todo ha empeorado, poco hay que añadir a aquella editorial que la redacción de Le Dècadent dedicaba a sus lectores hace prácticamente 132 años. Nuestras mejores revoluciones están convertidas en edificios vacíos y andrajosos en cuyos archivos se pudre o se traspapela el hálito que las animaba; la vida sigue y seguirá sin poder comprarse, pero la muerte se ha depreciado hasta quedar al alcance de prácticamente todos los bolsillos; el capitalismo, otrora nuestro genocida más respetado, se recompuso y se fortaleció tras su asociación delictuosa con los otros sicarios que amenazaban con desbancarlo; la raza, la clase, el género siguen siendo los incorruptibles principios con que la humanidad entera se reparte en los vagones de un tren que no va a ninguna parte. En los de tercera clase, que son los que nos han sido asignados por la infamia, hordas enteras tienen que migrar en búsqueda de discriminaciones más sutiles, si acaso aderezadas con los eufemismos de la nueva corrección política. Entre tanto, mientras el país se convierte en un cementerio, mientras las fuerzas del orden y del caos se amalgaman, los que buscan a sus desaparecidos tienen que contentarse con la hipótesis de que todos somos iguales ante la ley, aunque tengan la certeza de no serlo ante los encargados de aplicarla.

¿Quiénes son entonces los radicales? ¿Quién o quiénes son los que tienen que avergonzarse? ¿Quién debe pedir perdón y de qué? ¿A quién corresponde otorgarlo y por qué? En la respuesta reside la diferencia entre la subversión y el vandalismo.

A pesar de los pesares, sería injusto reducir el ejercicio de la sublevación a la mera resistencia. De algunos de ellos no sólo hemos obtenido nuestra esperanza, casi convertida en certeza, de que otro mundo es posible. A lo largo de su andar, nos han hecho saber también que el juicio final no vendrá acompasado por apocalípticas trompetas, que hasta las más cruentas violencias y degradaciones pueden ser también etéreas y tenues. Así supimos que no hace falta asesinar a una mujer para aniquilarla, como tampoco es necesario desconocer al indio para marginarlo, ni esconder al pobre para invisibilizarlo. Basta apenas un gesto, una mirada torva, un rumor infamante, una palabra mal puesta o una maledicencia bien colocada. Al saberlo así, no sólo se nos han mostrado los más pequeños y oscuros resquicios de la brutalidad, sino que se nos ha hecho evidente que a la historia no se le toma por asalto desde sus cúpulas sino desde sus cimientes.

Por favor, disculpen que hoy les hable así. Ante mí mismo y ante ustedes apelo a su bondad, porque ha sido justamente ella la que me trajo hasta aquí; porque a pesar de nuestro relativo desconocimiento mutuo, he visto a muchos de ustedes temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, y porque a cada tanto nos encontramos buscando nuestra felicidad en la de los otros, nuestra dignidad en la de quienes nos rodean, nuestra libertad en su libertad.

Las coincidencias no son azarosas ni se sostienen únicamente en la benignidad de la que cada uno de nosotros seamos capaces. Más allá de ello, su origen y sustento no puede ser otro que nuestro irrenunciable compromiso con el libre examen. Compromiso nacido de la certeza de que si de algo puede servir la universidad en medio de esta hecatombe es, en primerísimo lugar, en la celosa custodia de la libertad y la memoria: aquí hablan y hablamos por los intolerados, aquí se sabe que la cicatriz es tan dolorosa como la herida de la que emanó.

Así que no es el conflicto sino la violencia lo que hoy nos convoca. Se trata de la discriminación, no de la acidez, la ironía y hasta la mordacidad de los argumentos. Se trata del amedrentamiento y la intimidación, porque el miedo podrá ser un arma invisible pero no por ello es menos efectiva que la represión, el atropello, la arbitrariedad y la censura explícita. Mostrar hoy la pertinencia y la eficacia de los mecanismos universitarios no sólo es un deber obligado por nuestro carácter público, sino la mejor defensa de nuestra autonomía.

Mostrar que nuestro propio proceder es suficiente para la autorregulación y autogobierno, construir en lo doméstico lo que requerimos en y para la sociedad, es la única razón que podremos anteponer frente a los propios y extraños que, en el nombre de la inseguridad generalizada, prefieren arriesgar y hasta endosar nuestros más preciados bienes antes que exigir la atención de la desgracia (también generalizada) desde sus orígenes.

No, no necesitamos correr el riesgo de las confusiones o los errores en la aplicación de protocolos. Nos basta y sobra con afirmar, ante ellos y ante nosotros mismos, que no llegaremos a donde vamos por los caminos del aniquilamiento que acalla, mediante la sorna prejuiciosa o el miedo paralizante, sino a través del examen libre, memorioso y creativo. No es cuestión de mera prédica ejemplar, se trata de defender los mínimos de vida que se requieren para mantener en pie la esperanza.

Ciudad de México, 22 marzo de 2018

1 Hay frases, paráfrasis e ideas en este texto que han sido extraídas (para su apropiación) de distintos autores: Anatole Baju, Luc Vajarnet, Paul Verlaine, Remy de Gourmont, Pierre Quillard, Tristan Tzara, Piotr Kropotkin, Arturo Hernández, Stanislaw Jerzy Lec, Errico Malatesta, Mijaíl Bakunin, Ernesto “Che” Guevara, Subcomandante Insurgente Marcos.

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